Los niños se consideran superhéroes. Comparten su convencimiento de que pueden resolver casi cualquier cosa del mundo adulto. No hay barreras infranqueables, no hay muros ni obstáculos: simplemente arreglos y soluciones con la sola concurrencia de la voluntad y la pasión. Desde evitar el posible cierre del taller de bobinas de un padre –a causa de la importación de unas coreanas, producto de la apertura industrial indiscriminada de la época de Martínez De Hoz–; hasta impedir el remate del colectivo familiar, sumergido en escabrosas deudas, propias de los pequeños comerciantes ante el inevitable avance de los grandes –una tendencia que el capitalismo lleva como su ADN–.
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